La industria de consumo ha absorbido con cierta facilidad algunos conceptos actuales derivados del problema del cambio climático y está proporcionando “soluciones” utilizando conceptos como la sostenibilidad, la impronta de carbono, la economía circular o el reciclaje, entre otros, sin que nos damos cuenta que esto forma parte de un somnífero colectivo que el que busca es mantener un sistema capitalista insostenible que basa su existencia en el crecimiento ilimitado, garantizar las relaciones de poder político y económico internacional, sin corregir la desigualdad estructural histórica. Esto tiene que cambiar profundamente, más bien, tiene que cambiar radicalmente, si queremos sobrevivir al que está pasando.
Pero vamos por partes y empezamos hablando del crecimiento ilimitado. No es la primera vez -ni la última, o quizás sí- en la historia de la humanidad que el crecimiento humano lleva al colapso. Sin ir más lejos, el Imperio Romano basaba su prosperidad en el crecimiento territorial, que iba asociado a las conquistas y a la esclavitud de las personas que formaban parte de los ejércitos y de las comunidades de los territorios ocupados. La crisis del Imperio llega cuando Roma se topó con sus propios límites físicos, cuando el territorio de conquista se acaba y con él las guerras, y se agota la “gasolina” que no era otra cosa que la mano de obra gratuita.
En el contexto actual hay que decir que el crecimiento ilimitado tiene una amenaza importante cómo es la baja natalidad que, hoy en día, queda compensada por el aumento de la esperanza de vida y, en determinados territorios, por las migraciones. Y esto no es de ahora, sino que ya hace unas décadas que empezó en los países del primer mundo, donde la TFR (tasa de fertilidad) se situaron por debajo del 2,1 hijos por mujer, valor que determina la renovación poblacional. Hoy ya están también por debajo de este valor buena parte de los países en vías de desarrollo y, otros del tercer mundo africanos, bien aprop, o con bajadas considerables de 4 o 5 puntos en los últimos años.
Es decir, el crecimiento desmesurado y casi exponencial de la población mundial se está parando y si todavía seguimos creciendo es por el desarrollo sanitario que nos permite vivir más años, esto si, con una población mucho más envejecida. Recientemente sabíamos del descenso de la población en China en términos absolutos, -ya evidenciado por primera vez por los datos de vaccinacions de Covid a menores-, a pesar de no aplicar la política del hijo único. Se cuestión de poco más de 15 o 20 años que el valor absoluto de la población mundial empiece a bajar. Si en casa nuestra mantenemos la población es por el flujo migratorio de algunos países que, cono Marruecos, con una TFR del 2,27 al 2023, bien pronto dejará de trasladar población a otros lugares. Diferente es el que pasa y pasará con las migraciones de países por cuestiones climáticas o las inacabables guerras estúpidas entre humanos.
En definitiva, el crecimiento ilimitado está muerto y fuera bueno, que gobiernos y sociedad civil empiecen a establecer políticas económicas basadas en el decrecimiento, en como garantizar la calidad de vida que disfrutamos hoy en día, siendo menos. También fuera bueno que las empresas piensen en el repliegue, en vez de la expansión, porque el descenso de la demanda será evidente.
En estos momentos estamos pues frente a una fuga adelante a base de maquillaje. Hace poco más de una semana se celebró el Rebuilt a Madrid y todas las empresas se han emperrado a presentarse como la más sostenible. Una competición para ver quién tiene más hashtags, quienes genera menos impacto en el medio ambiente o quien llega al empate táctico entre el que aporta y el que provoca. Solo hay que hacer una investigación rápida por Linkedin para constatar el que digo: logotipos verdes, imágenes de fondos con natura, conceptos relacionados con la sostenibilidad, etc. A título de ejemplo, un anuncio visto hace pocos días por televisión de una compañía de ámbito mundial de cruceros que manifestaba que “creía en la posibilidad de emisiones cero”, sobre la imagen de uno de sus transatlánticos que, evidentemente, no sacaba humo. Hablando de humo, es esto, humo.
La impronta de carbono es una de las estrategias de engaño más interesantes. Implementada por British Petroleum hace unos años, supone que toda la actividad que basura tiene que estar calificada por su impacto ecológico. Comportó de manera indirecta tener en la conciencia colectiva pensar que BP era una empresa preocupada por el medio ambiente y el pistoletazo de salida del marketing ecológico con el cambio del logo por un solo verde. Una petrolera preocupada por el medio ambiente, o el lobo cuidando a las ovejas...
La impronta ecológica no es más que una competición para ver quién es más ecológico, un tipo de carrera para ver quién tiene más “likes” en la foto de vacaciones de instagram, sin abordar el problema que realmente tenemos, que es mucho más profundo que todo esto. Los hashtags en general sueño un engaño derivado, pues dan la falsa sensación de ecología, cuando en realidad el que determina es quien contamina más o menos, pero contaminación en definitiva.
De igual manera pasa con el concepto de economía circular que muchas empresas desarrollan con la idea de que todo empiece de nuevo una vez el ciclo de vida de un producto ya haya llegado al fin, sin saber que, buena parte de los productos que consumimos no se pueden reciclar, otros los abocamos al contener equivocado y que, en el hipotético caso que se reciclen, como mucho lo será una sola vez. Aun así para mantener la maquinaria del “volver a empezar”, es decir del mantenimiento de la situación actual productiva capitalista, nos hay que seguir explotando los recursos del planeta y grandes cantidades de energía que, horas de ahora, sigue siendo fósil en gran medida.
Ligado con esto el invento del reciclaje ha sido uno de los grandes éxitos de las empresas para trasladar el problema al consumidor. En vez de generar menos envases, con materiales más ecológicos, reutilizables, etc. pone el punto sobre la “y” de la mala conciencia ecológica en el consumidor. Si generamos problemas medioambientales con los plástico, para poner un ejemplo, es culpa nuestra por no reciclar, no de las empresas que han generado el producto, esto si, con el símbolo de reciclable sobre el envoltorio.
En el mundo de la arquitectura en nuestro país, especialmente en el de la construcción de obra nueva, tenemos ahora un “boom” de la utilización de la madera, material noble magnífico que, si bien en su creación no genera impacto ecológico negativo, provoca enormes costes medioambientales en su transporte desde los países productores hasta nuestras obras. Los edificios pero se tiñen de “sostenibles” quizás porque se aguantan de pie, y se adornan de jardines verticales o cubiertas verdes como hacían mis abuelas a sus balcones y azoteas de Gracia, mejoran sustancialmente en los aislamientos en un país donde 6 meses en el año tenemos las ventanas abiertas... La lista sería larga pero seguramente seriamos más sostenibles si no se hicieran estos nuevos edificios y nos dedicamos a la rehabilitación, porque no nos hace falta crecer sino solucionar los problemas del que ya tenemos y no crear otros, ocupante más territorio y usando recursos que su limitados.
Hoy en día podemos afirmar que empieza a estar cuantificada la problemática del cambio climático muy determinada por la construcción entre un 38 a 40% en todo su abanico, desde la fabricación de materiales, transporte, construcción y el uso. Si nos quedamos en casa y no viajamos en avión esta semana santa, también contribuimos al cambio climático. De este porcentaje tanto elevado asociado a nuestra profesión, alrededor del 44% corresponde a la ejecución de cimientos y de estructuras y un 22% a la construcción de fachadas y cubiertas. Si rehabilitamos, minimizamos el impacto ecológico bastante más de la mitad, simple y llanamente.
Ligado al reciclaje de materiales y edificios, otro eslogan que se puede leer entre la propaganda del sector es que los edificios se podan fácilmente desmontar, entendido como una calidad. Y está claro que lo es, para facilitar la adaptabilidad a otros usos a lo largo de tiempos. Cómo si la Roma clásica no se hubiera desmontado piedra a piedra… parece que hayamos inventado la sopa de ajo, esto hemos dejado el latín para nombrarlo “plug & play” en inglés pues queda más “cool”.
Con todo esto no quiero decir que todo el que he explicado sea absolutamente negativo, pues muchas empresas y profesionales están haciendo un trabajo incansable y excelente. Hay que reconocerlo, pero tenemos que saber desgranar bien el grano de la paja. Se evidente, que hoy en día tenemos una conciencia y preocupación mayor por el medio ambiente y las derivadas que puede tener el cambio climático, pero qué acciones podemos hacer desde nuestra individualidad?. Tenemos que dejar las soluciones únicamente en manos de las empresas que han estado las que han causado este problema?. Tenemos que esperar la actuación de los gobiernos que por acción o inanición han consentido que lleguemos hasta este punto?. No, tenemos que actuar ya y lo tenemos que hacer nosotros también.
En este sentido recientemente ha surgido con fuerza la idea de “sombra climática”, término aportado en 2021 por la periodista norteamericano Emma Pattee. El concepto de sombra va ligado al ser humano como aquello que siempre te acompaña vayas donde vayas, especialmente de día.
Pattee plantea la sombra climática en base tres conceptos que a título de ejemplo serían: el consumo, basándose en el impacto que estos productos producen en la fabricación pero también en su transporte; las decisiones, dirigidas donde invertimos, por quienes trabajamos o a quienes votamos, para poner tres ejemplos; y finalmente, la atención, dirigida a cuánto de tiempo dedicamos a mantener y aumentar la conciencia ecológica propia y ajena.
En definitiva, pone el foco en los cambios profundos desde el punto de vista personal del que podemos hacer nosotros, más allá de empujadas y gobiernos, para visualizar que desde las actitudes y decisiones personales diarias podemos transformar el sistema, para crear conciencia, evitar la apatía y el desaliento, y luchar contra la negación y los negacionistas, que siempre tienen un color ideológico concreto. Cómo postulaba Edward Lorenz en su teoría del caos, el efecto del aleteo de una mariposa en Hong Kong puede acabar provocando una tormenta en Nueva York.