La mayoría de espacios expositivos y buena parte de los museos clásicos plantean determinados recorridos para mostrar al visitante su contenido -abres de arte- dentro de un continente determinado. Generalmente estos recorridos se basan en los autores, en su estilo o en su contexto histórico. Pocos plantean este viaje interior enfocándolo al espectador.
Si existe un museo en el mundo que me ha impresionado profundamente como espectador -y no hablo estrictamente como arquitecto- este es el Guggenheim de Frank Lloyd Whight.
El museo neoyorquino superpone perfectamente en su formalización tres aspectos destacados: el simbolismo de las obras de arte que se exponen y el volumen que lo guarece; la época histórica de su construcción; y, finalmente el que seguramente es más importante, con la posición del observador en la base de su diseño.
Cuando el arquitecto norteamericano recibe al 1943 de Solomon R. Guggenheim y la baronesa Hilla Rebay el encargo para hacer la Moderno Gallery, un museo dedicado a la “pintura no-objetiva” adquirida por la Fundación de ambos, este se formula con el objetivo de proyectar un “templo al espíritu”, para elevar estas obras de arte contemporáneas al nivel otros estilos y sobre todo para aproximar al gran público a estos tipos de obras de arte en un ambiente adecuado, en un creciente interés después de la segunda guerra mundial.
Años antes, Wright ya había conseguido que el edificio de la Johnson Wax de Wisconsin fuera considerado como un “templo del trabajo”, así pues transformar el Guggenheim en un templo por el arte abstracto comportaría también la utilización de la luz natural, matitzant los espacios interiores, de igual manera que la luz transforma a los creyentes en las catedrales góticas. La utilización de un tragaluz central, con un despiece parecido a un rosetón no es casual, incluso aunque esta tenga bastante parecido a la de los Museos Vaticanos, evidente fuente de inspiración, si bien con una funcionalidad muy diferente.
La rampa helicoidal del Guggenheim está formada por una superficie generada entre dos directrices curvas, la formada por la intersección de la espiral interior de un cono con un vértice en la parte superior y la espiral exterior de un cono invertido. Así pues esta alegoría es una clara alusión a las obras que se exponen, eminentemente geométricas. Wright era un amante de la arquitectura china y también persa, así que no perdió la oportunidad de proyectar un zigurat invertido o como él en día un “tarugiz”, construcciones con formas geométricas por excelencia.
Para conseguir formalizar pues su “templo”, Wright utiliza el hormigón armado, experimentado ampliamente por el movimiento moderno y por él mismo, como material modelable que permite resolver premisas de una arquitectura más orgánica. Y por otra parte la utilización de este material en el voladizo de la rampa continúa, que permitía extender la arquitectura hacia su entorno, sin pilares. De igual manera que en la casa Fallingwater los voladius de hormigón armado, sin pilares, permiten mezclar natura con arquitectura en perfecta conjunción, en el Guggenheim la mezcla será entre el arte y la arquitectura, con el observador como protagonista.
No hay que olvidar la colaboración del ingeniero Polivka quién fue quién dio contenido técnico a las intuiciones proyectuales de Wright, generando un volumen exterior para contrapesar la rampa autoportante, definiendo la imagen exterior que del museo tenemos y planteando una barandilla maciza -también estructural- por rigiditzar el voladiu, como las alas de los aviones hoy en día, con las puntas dobladas.
Así pues, se conseguiría un espacio continúo, diáfano, sin pilares, donde el espectador podía observar todo aquello que el museo le ofrecía desde su punto de vista. A la vez, Wright y Polivka habían escrito un nuevo capítulo del movimiento moderno y de la utilización del hormigón armado. Cómo en otros momentos un avance estilístico siempre va acompañado de un avance técnico.
Y como consigue el espectador disfrutar del espacio y del arte?. Pues a través de una rampa, que sencillamente permite mediante la ley de la gravedad y su pendiente continúa, seguir un recorrido descendente, cómodo, dinámico, con varios puntos de vista a corto, medio y largo plazo, en movimiento, facilitando diversas y ricas visiones del arte que se expone.
Estamos pues ante un edificio que se plantea por el espectador, para que este disfrute de varias visiones con facilidad. Supongo que si es fácil el paseo esto predispone a una mejor lectura, comprensión e interpretación del que se expone.
(Trabajo realizado por David Lladó y Puerta en el grado de "Historia, Geografía e historia del Arte" de la UOC. Asignatura de Introducción a la Historia del Arte)